Duerme, mi niño, duerme
que estoy en vilo.
Que no se entere nadie
de que has venido.
Que contengan los ángeles
su regocijo,
porque hasta que amanezca
sólo eres mío.
Ya vendrán los pastores
con el rocío,
para mirar la rosa
que hay en tu ombligo.
Duerme, mi niño, duerme,
duerme tranquilo,
oculto en mi regazo
tu poderío.
Caballitos de arena,
canela y trigo,
te prestan un galope
rubio de rizos.
Terroncito de luna,
viento dormido,
si te tengo en mis brazos
¿por qué suspiro?
No, que no, que no vengan
por los caminos
los miedos de los clavos
y los martillos.
No estoy llorando ¿sabes?
Es que te miro,
y mis ojos reflejan
tu luz, mi niño.
Ya sé que por tu frente
cruzan sus hilos
las agujas oscuras
de los espinos,
aunque aún en el huerto
de tu albedrío
no te duele la sombra
de los olivos.
Y serás en la mesa
-rosas y lirios-
para todos los hombres
el pan y el vino,
pero ahora perdóna-
me si te pido
que seas esta noche
sólo mi niño.
José Javier Aleixandre
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