En un banco,
meneando aburrida mis zapatos de bruja,
yo veía al invierno entrar y salir,
flirtear con el aire y sentarse finalmente a mi lado.
(Otro -pensé- que tampoco tiene nada que hacer
esta tarde.)
Ya me iba a levantar cuando descubrí su espalda
en la ventana de enfrente.
Usted hablaba con alguien.
Y en ese mismo momento
-Ios libros, cómo no, resbalaron patosos desde la falda
hasta el suelo-
se volvió a mirarme.
se deslíe en mis ojos si me miras? ¿Dónde hiere tu risa y por qué hiere si con ella me abres la mañana del mundo? Tu existir me hace un dios y tú me creas. No hay mayor claridad ni otro misterio.
Ese amor murió
sucumbió
está muerto
aniquilado...........fenecido
finiquitado
occiso...........perecido
obliterado
muerto
sepultado
entonces, .....................¿¿por qué late todavía?
De golpe es muy extraño sobrevivir,
recordar a la mujer hechizada
y no el momento en que se fue:
más errante que nunca pero muy poco sabia,
torpe en el bullicio del verano,
torpe en la espera.
Hubo un hombre sin sueños
para siempre detenido en la estación del calor.
No se reconocieron ni en los ojos
en la planicie árida del parador
(un jugo, una radio encendida,
la loca esperanza de llegar sin morir) El mundo canta (a veces)
como una apuesta imposible
y eso lo vuelve ronco y despiadado.
No hay rumor para oír, no hay tierra que espiar.
El mundo canta (a veces y siempre)
por los respiraderos de la ciudad
y se abre paso en el tumulto irreflexivo
con una canción que jamás se recuerda
cuando llueve (o hace frío),
una canción quebrada que no otorga poder. Paulina Vinderman
(Argentina)
para entender mejor. Pobres, feas, de las que se cambian el nombre por Rosemary o Jacqueline y coleccionan muñecas.
Yo era una joven robusta y andaba con él habría sido una puta perfecta pero iba a la Universidad. Tampoco me pidan que sea un ángel.
El cuento es que volaba, volaba porque ese verso -"Todo ángel es terrible"- era su retrato fiel.
El mensajero del Oriente, de la aspirina y el bicarbonato, pensaba yo, y volaba también apoyada en la moto mientras todo en la vereda sucedía con naturalidad: Este soy yo y esto es lo que hago, canturreaba.
¿Estaba lo suficientemente alerta? ¿Miraba cuando el ángel volteaba los espejos para la degustación? ¿Entendía tanta mirada oblicua si la cosa se ponía caliente de verdad?
Asuntos de un oficio terrible, me decía, de la ira de Dios. ¿A qué temer? Después de todo, no hay nada que te mate dos veces.
Yo debería contar esto alguna vez. Pero contarlo mejor, contarlo bien. Porque sé que es algo que nadie buscaría recordar jamás. Porque sé que todo ángel es terrible. Yo no.