lunes, 26 de noviembre de 2007

Es bueno un ángel...




Es bueno tener un ángel
que no tenga rostro ni boca,
ni voz que retumbe como la conciencia
hecha de hojaldre y leyes.

Silencioso y crudo como el espejo,
deja que transcurra el devenir equivocado o no,
pero creciendo.

Ve como se afinan o desafinan
las cuerdas de la vida
o de la muerte cotidiana.

Y no interviene...

No juzga ni se ríe...

Sabe... que en cualquier momento...

una ráfaga de olvido
lleva a perder ganando...
o viceversa.

Silencioso espejo de todos los días.

María Luisa Lázaro
(Venezolana - Contemporánea)

sábado, 17 de noviembre de 2007

Las Llaves...

No siempre se pierden las llaves
Para dejar las puertas cerradas

(yo perdí la llave de mi lancha blanca
rodante
cuando el último puerto no fue puerto
y se hizo casa
con los brazos abiertos del desayuno
que reinventaron el inicio
con la humedad de la fiesta
y sellaron en archivo la torpeza
de las últimas horas
cuando sólo tenía puertos
...............................................ahora
tengo el universo de tus aspas
tantas como la Hidra
pero a la obsesión le han mostrado
la boca oceánica de la alegría
y yo soy para ellas
un San Francisco sensual
que quiere conocerlas)

también se pierden
para ganar un espacio.


Rafael C. Arráiz Lucca
Venezolano - Contemporáneo)

sábado, 10 de noviembre de 2007

Confín del condenado...



Hazme volver a estas alturas
piedra cerrada en que agonizo y caigo
como un profeta desfigurado
ante una lámpara de aceite.
He visto una botella rota en mi sangre
los avisos de neón y mis deseos de matar
inútil que llore en una callejuela
sin luna en que leer
la desdicha que me agobia.
En el alba
los perros orinan en tus esquinas
y yo / Adán desnudo
aúllo
con mi viejo sombrero
con mi cuerpo acuchillado
pelambre de tinta
nuca del deseo
yedra y ceniza en la estepa
¡Oh Rocinante!
Tú / Que sobre la inmundicia
sabes más que los vivos

Humberto Quino
(Boliviano)

lunes, 5 de noviembre de 2007

Siembra...


Cuando de mí no quede sino un árbol,
cuando mis huesos se hayan esparcido
bajo la tierra madre;
cuando de ti no quede sino una rosa blanca
que se nutrió de aquello que tú fuiste
y haya zarpado ya con mil brisas distintas
el aliento del beso que hoy bebemos;
cuando ya nuestros nombres
sean sonidos sin eco
dormidos en la sombra de un olvido insondable;
tú seguirás viviendo en la belleza de la rosa,
como yo en el follaje del árbol
y nuestro amor en el murmullo de la risa.
¡Escúchame!
Yo aspiro a que vivamos
en las vibrantes voces de la mañana.
Yo quiero perdurar junto contigo
en la savia profunda de la humanidad:
en la risa del niño,
en la paz de los hombres,
en el amor sin lágrimas.
Por eso,
como habremos de darnos a la rosa y al árbol,
a la tierra y al viento,
te pido que nos demos al futuro del mundo...

Miguel Otero Silva
(Venezolano)