jueves, 30 de septiembre de 2010

La luna que no vi...


En Palenque
la sombra empieza a caer sobre el palacio.
El último visitante conserva el sombrero sobre la cabeza
y el ojo iluminado por el bajo relieve.
Mira hacia abajo, agobiado por el peso de los jardines que
no existen
y el calor.


Yo seré esa figura para el foco de otro,
pero me quitaré el sombrero
(frente al sol que se va)
y pondré unas hojitas plateadas, la botella de agua,
unas pocas preguntas sobre el esplendor.


¿Qué es lo que realmente queda de una
civilización?


La noche distorsiona, el alma distorsiona.


En el aire amarillo la memoria enfatiza sus
propios solitarios patios.
La luna
va a crecer como un hongo imposible a mis espaldas,
a espaldas de cualquier manera de narrar.


Estoy cercada.
El murciélago se ha llevado mi historia.(*)




(*)El murciélago...: metáfora maya para excusarse,
cuando alguien olvida lo que quería decir.




Paulina Vinderman
(Argentina)

domingo, 26 de septiembre de 2010

Donde estés...

I
Es la tentación o el embriago de tenerte,
el deseo abisal de poseerte…
Y es que mi alma vive en tu presencia,
iluminándose debajo de tu pecho,
encima de tus labios, dentro de tu cuerpo.
Vivo en el sentido de tu sombra,
en la latitud glandular de tus aromas,
el iris nonato de tu vientre,


el espacio en que tu pecho
hace en mi pecho el elixir que me exalta
y no soporto tu ausencia
más allá de mi palabra.


II
Vas en busca de la vida
y te me escapas a ratos de las manos.
Entonces te busco:
voy a donde estés, a donde vayas,
a cruzarme en el paraje de la calle,
a defenderme del ruido ensordecedor
que silencian tus vocales,
a hablarte entre lámparas y avenidas.
Sé que estás ahí,
en alguna parte,
en la ciudad, en su bagaje,
y me decido a perseguirte
a donde vayas, donde estés, donde camines.


III
Iré por ti a donde quieras,
donde pises, donde cruces.
Iré escondido
en los ojos de las nubes a buscarte,
tras las correrías y las cercas a husmearte,
para susurrarte versos mientras
te devoras la mañana,
mientras tú ennobleces la ciudad entre sus faldas,
para acariciar la melodía en tu mirada.
Iré escondido entre los rabos de las nubes,
sigilosamente, para no despertar sospecha
y verte de reojo, para ver tus manos
agitando el viento que llega acariciando,
para devolverte un beso agitado
y que la nube me agazape
si me viese sonrojado.


IV
Ahí, donde estés,
entre el barullo y caminando,
en la ciudad, en lo cotidiano,
aquel susurro por las nubes,
aquel salmo enamorado
que se escucha por tu paso,
quizá sea yo:
escondido, flechado, agazapado,
susurrándote al oído,
besándote en los labios.


Salvador Pliego
(Mexicano - Contemporáneo)

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Si te dijera...

Si te dijera,
Que ha llovido un niño,
Que una flor se ha hecho hombre,
Que los pájaros son una mancha azul,
Que las mañanas crecen de raíz a la sombra de los ríos.


Si te dijera:
Que la angustia dura más de doce meses,
Que todos mis días son martes y trece,
Que el tiempo irremediablemente se está muriendo de viejo.


Si te dijera que soy:
La palabra antigua que brote de tus labios.
Te taparías la boca para que no escape,
Y quizás pensarías en mí... que estoy vivo.


Si te dijera que he vuelto,
Notarías mi falta, porque nunca he partido.
Y a la hora que el mar se vuelca en las veredas
Habrá una voz que te llame y pensarás en mí,
Creerás que estoy vivo.


Gonzalo Osses - Vilches
(Chileno - Contemporáneo)

lunes, 20 de septiembre de 2010

El Otoño se acerca...

El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.


Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.


Y lo perdimos para siempre.


Ángel González

sábado, 18 de septiembre de 2010

De un tiempo a esta parte...

De un tiempo
a esta parte
estoy prisionera
en un coche
de gritos y hielo
que circula
por carreteras oscuras
y en vertical
como catedrales,
deslumbrada
por las luces largas
de los que vienen
en sentido contrario
que sois todos.


Almudena Guzmán
De "Calendario"

martes, 14 de septiembre de 2010

Amanecida...

¿Soy una amanecida del amor?


Raro que no me sigan centenares de pájaros
picoteando canciones sobre mi sombrilla blanca.
(Será que van cercando, en vigilia de nubes,
la claridad inmensa donde avanza mi alma).



Raro que no me carguen pálidas margaritas
por la ruta amorosa que han tomado mis alas.
(Será que están llorando a su hermana más triste,
que en silencio se ha ido a la hora del alba).



Raro que no me vista de novia la más leve
de aquellas brisas suaves que durmieron mi infancia.
(Será que entre los árboles va enseñando a mi amado
los surcos inocentes por donde anduve, casta?)



Raro que no me tire su emoción el rocío,
en gotas donde asome risueña la mañana.
(Será que por el surco de angustia del pasado,
con agua generosa mis decepciones baña).



¿Soy una amanecida del amor?



En mí cuelgan canciones y racimos de pétalos,
y muchos sueños blancos, y emociones aladas.



Raro que no me entienda el hombre, conturbado
por la mano sencilla que recogió mi alma.
(¿Será que en él la noche se deshoja más lenta,
o tal vez no comprenda la emoción depurada?)



Julia de Burgos

viernes, 10 de septiembre de 2010

La caricia perdida...




Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?

Alfonsina Storni

lunes, 6 de septiembre de 2010

Días...

El día condenado por la pasión
tiene la luz muy alta y una noche
que echa raíces y el olvido no puede olvidar.
Cesar en la pasión, como tiempo
que existió antes, sería
el sueño que se piensa a sí mismo y no ve
la cabeza que sueña entre sábanas
y blanquea el amanecer.
¡Está quieto el fondo del vaso
donde bebí un río con barcos que parpadeaban!
¿Qué es eso?
¿A dónde se fue el caballo que
reconstruía la emoción, o casas
para dormir en el horror?
Es extraña la relación del mundo con el mundo.
Lo que ha dolido es una hierba
que no termina de crecer.
El tiempo la llueve.
Al final de la calle abren el sol
para que nada sea cierto.



Juan Gelman

jueves, 2 de septiembre de 2010

Canción del esposo soldado...

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.


Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hasta mí dando saltos
de cierva concebida.


Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.


Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.


Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.


Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.


Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.


Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.


Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.


Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.


Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos,
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.


Miguel Hernández
De "Viento del pueblo" 1936-1937